La marca del verdadero discípulo
“Este mandamiento nuevo les doy: que se amen los unos
a los otros. Así como yo los he amado, también ustedes deben amarse los unos a
los otros. De este modo todos sabrán que son mis discípulos, si se aman los
unos a los otros”. Juan 13: 34,35
En estas
semanas, en nuestra iglesia hemos estado estudiando el libro “Amándonos unos a
otros” del autor Gen A. Getz. Es un libro sobre evangelismo en el que el autor
propone como tesis que el plan de Dios para hacer discípulos no comenzó cuando
Jesucristo dio la Gran Comisión a sus seguidores, sino con la experiencia del
aposento alto, donde les dijo que debían amarse los unos a los otros. Es decir
la base del evangelismo es el amor, y el plan de Dios es que los creyentes
construyan una comunidad donde el amor a los miembros de esa comunidad y el
testimonio tanto personal y comunitario
hagan altamente efectiva la predicación evangelista. En otras palabras, primero
debemos aprender a amarnos los de “casa” para que viendo como nos relacionamos,
los de “fuera” quieran experimentar la misma unidad y vida fructífera de
nuestra iglesia.
Getz
acertadamente nos hace reflexionar sobre la importancia del testimonio personal
y comunitario (hablando de la iglesia), pero también yo le agregaría el
testimonio familiar, pues al hablar de las relaciones, donde aprendemos a interactuar con los demás es en nuestro contexto familiar, muchos de los
problemas que tenemos para relacionarnos tienen su origen en lo que absorbimos en
nuestros primeros años de vida, Josh McDowell lo dice de esta forma “Cuando la
comunión cristiana está en el centro de la vida de los padres, ayudan a sus
hijos a descubrir que Dios los ama y valora”. Y al hablar de “Comunión
cristiana” no debemos pensar en todo un calendario de eventos y actividades,
como sucede hoy en día, en la que muchas iglesias se han convertido en clubs
sociales o centros de entretención donde las personas escogen aquella que va
más con su estilo, sino lo que Cristo demandó de sus discípulos en Juan
13:34.35, una comunidad en la que la unidad de sus miembros, el interés por el
bienestar del otro sea evidente, tanto que la iglesia vuelva a ser lo que fue originalmente
en Hechos 2:44-47. Entonces y solo entonces el mundo sabrá que somos discípulos
de Cristo.
Oración: Señor, enseñanos a amar a nuestras familias y a la iglesia de la misma forma en que tú nos has amado, para que nuestro testimonio sea coherente con lo que decimos ser. Amén
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