Puedo confiar en El




“Yo, el Señor, no cambio. Por eso ustedes, descendientes de Jacob, no han sido exterminados”. Malaquías 3:6

Han transcurrido casi seis meses desde la última vez que hice una publicación, han pasado muchas cosas desde entonces, entre ellas cambié de trabajo, y como todos los cambios, no ha sido fácil el ajustarme a un nuevo ambiente laboral con todo lo que ello implica: nuevos jefes, nuevos compañeros, nuevas formas de hacer las cosas, etc.

Los cambios traen consigo además de expectativas, muchas inseguridades, creo que todos lo hemos experimentado al menos una vez en nuestra vida. En nuestra mente resaltan las preguntas “¿Habré tomado la decisión correcta?”,  “¿Lo estaré haciendo bien?”,  “¿Me podré adaptar?”, esa sensación de inestabilidad que tenemos cuando todo lo que enfrentamos es nuevo para nosotros, pero la vida es así, un ir y venir de sucesos que provocan en nosotros  angustia e inseguridad, que en  mí caso sólo he podido superar aferrándome a la palabra de Dios.

Hace varias semanas había estado reflexionando en Malaquías 3:6, y aunque el mensaje es claro, no podía escribir sobre ello, pienso que la razón era que no estaba permitiendo que el Espíritu Santo  me hablara a través de él. He estado tan sumergida en mis conflictos internos, que estaba haciendo oídos sordos al único que puede dar estabilidad y seguridad a mi vida, sin importar lo que acontezca o enfrente. 

Después de pasar una temporada en la que fue claro para nosotros como familia, ver la intervención de Dios en medio de uno y otro suceso difícil, lo lógico sería pensar que situaciones como integrarse a un nuevo trabajo, no deberían causar mayores aflicciones en mi vida, pero los seres humanos somos así, flaqueamos con facilidad y es porque rápidamente  olvidamos que no enfrentamos la vida solos. 

Si bien es cierto que en Malaquías 3: 6 al 12 leemos la reprensión que hace el Señor por medio de su profeta Malaquías concerniente a las ofrendas, el mensaje principal lo encontramos en la primera parte del verso seis: “Yo, el Señor, no cambio”. 

“A pesar de que se hayan apartado de mis preceptos desde la época de sus antepasados, de que no los hayan guardado, de que no reconozcan su pecado, que no sean fieles con sus diezmos y ofrendas… yo, el Señor, no cambio”. 

A pesar de mi infidelidad, de mi falta de confianza, de que muchas veces olvido que no soy yo quien gana mis batallas sino Dios es el que pelea por mí, Dios sigue amándome, y sigue fiel a sus promesas porque él es el mismo.

Las personas pueden cambiar, nuestras amistades, nuestra familia, incluso las personas más cercanas, aquellas a quienes más amamos un día nos pueden fallar, pero Dios no, Él siempre estará ahí para ti y para mí.

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